10 de abril de 2014

DÍA 8. Logroño-Casalarreina (88 kms)

El día amaneció nublado y mucho más fresco que los anteriores. El calor había sido tan sofocante los últimos días, que incluso me planteé volver a Casalarreina en tren o bus, pero, las combinaciones eran tan imposibles que decidí pedalear hasta allí y al final la última etapa, obligada por el destino, fue un regalo.

El frescor me animaba a disfrutar del pedaleo. Había pensado en seguir el camino del Ebro hasta Haro, era una buena opción para evitar carreteras que en esa zona dejaban ya de estar desiertas.

Camino del Ebro



Tenía referencias variadas de la zona, desde quien lo odiaba, hasta quien lo amaba, a mi me gustó, el primer tramo era horroroso, pero tras 20 kilómetros más o menos, empecé a rodar entre viñedos, el río nos regalaba imágenes preciosas, el paso a Álava me ilusionaba y disfrutaba de pueblitos amarillos. Rodaba a buen ritmo y me permitía una parada larga en San Vicente de la Sonsierra, el pueblo era precioso, el castillo encaramado en lo alto regalaba vistas de la provincia y casi me despedía de La Rioja.





El camino hasta Haro lo hacía acompañada por Juan, un ciclista que pasaba por allí y al que gustaba la conversación, era la primera vez que rodaba acompañada en el viaje y agradecía la charla.



Estaba llegando a Casalarreina, mi viaje se terminaba y con él toda una colección de recuerdos y emociones, había llegado a La Rioja sin tener muy claro que buscaba y había encontrado paisajes cambiantes, gentes amables, carreteras desiertas, tranquilidad, belleza, noches inolvidables de cielos inimaginables, calor, frío y sensaciones que el tiempo no permitirá borrar.

Rioja es sobretodo contraste, un sinfín de paisajes que engancha a quien no le gusta la rutina y gente sencilla que ama lo suyo y valora al visitante.

En Casalarreina alguien se alegraba de mi regreso y me recibía con los brazos abiertos, llevaban 8 días esperándome, incluso habían tratado de localizarme, habían averiguado de donde era y sabían que ya no vivía allí, me buscaban, o más bien buscaban las llaves de mi coche para poder reparar su balcón, de todo el pueblo había elegido dejar al Ciruelo bajo la sombra del balcón que iban a reparar, extraña casualidad, que nos regala momentos entrañables.

Así me despedí de Casalarreina y de la Rioja, con el recuerdo imborrable de la emoción de ser recibida con esa alegría en villa ajena.



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