16 de julio de 2015

Noruega, primer abrazo

"...Al día siguiente el temporal continuaba, pero el sol jugaba al escondite entre las nubes, decidí ser parte del juego, y a la tercera partida salí..."

Bicicleta junto a la nieve en la frontera

Bicicleta cruzando la frontera Noruega
Frontera Noruega
El sol se cansó de jugar cuando yo me incorporé al juego. Se escondió y no quiso volver a salir, las nubes lo encontraban cada vez más rápido y se aburrió, así que, crucé a Noruega azotada por el viento, por la lluvia, por la nieve y por el granizo... El día se presentaba de nuevo duro, pero yo bullía de felicidad en la primera frontera del viaje mientras trataba de mantener a la Tulipana en pie para una sesión de fotos fronteriza, y allí, en la frontera, se dio su primer revolcón.

Estaba en Noruega, pero el paisaje continuaba helado, casas heladas, lagos helados, la vida en el interior de una nevera. Para encontrarme con el mar aun me quedaban 50 kms y un pequeño paso de montaña como única complicación, pero el viento no quería que mi encuentro resultara fácil y cayera en el aburrimiento como el sol, el viento helado quería jugar conmigo y soplaba para tumbarme sin lograrlo, yo no quería jugar con él, pero él no quería entenderme. A veces sucedía una tregua y entonces mi cuerpo se templaba y yo era feliz, pero la tregua duraba poco y entonces mi cuerpo se helaba de nuevo y yo sentía el frío calar en mis huesos, y entonces yo era feliz, pero menos.


Casa junto al lago helado

Casa junto a la nieve

Caravana abandonada
Casitas heladas camino a Narwik

A veces me sentía protegida por los árboles y parecía que el tiempo era mejor, incluso en una de las rachas más fuertes de nieve y viento encontré cobijo en una caravana abandonada, una casa muerta, tan desolada como el paisaje. Abrí la puerta con el miedo de quien teme encontrar algo que no quiere, de quien ha visto alguna peli y se acuerda, de quien de repente se da cuenta de que está absolutamente sola en el lugar, miedo, ¡estúpido miedo que nos hace ver lo que no existe!. Dentro no había más que restos de vida lejana, cortinas pasadas de moda, un colchón roto, restos de comida, velas a medio consumir... No fui capaz de callar a  mi mente, el lugar me llenaba tanto de inquietud, que tras imaginar escenas truculentas suficientes para hacer una película de terror preferí continuar, cuerpo helado, mi camino hacia la costa.


caravana abandonada

Interior de caravana abandonada
Una caravana abandonada, regalo y refugio en mitad de la nevada

Y la costa llegó, claro que llegó, bella, sonriente, soleada... La costa Noruega apareció como un regalo  envuelto en calor, y mi cuerpo la recibió con los brazos abiertos, y entonces grité, sí, grité, yo que soy callada y vergonzosa por naturaleza, que grito por dentro mis emociones lo hice a plena voz, a plena luz y a pleno pulmón...

Noruega dandome la bienvenida
Mi primera visión del mar en Noruega

¡Era feliz!

Yo muy feliz

11 de julio de 2015

Sucedió en Suecia: Borrachera

En los viajes hay historias que nos llenan de tristeza, a veces es la historia en sí, a veces es el momento en el que ocurre, y a veces es una mezcla de ambos, probablemente este es el caso, la realidad es que, una semana más tarde, aun recuerdo el rostro avergonzado de este chico.

No sabía cómo había ocurrido. Cuando se miró al espejo no se reconoció,  no recordaba nada de la noche anterior. Deambulaba dando tumbos sin rumbo, temeroso de llegar a casa.

Cansado.

Arbol gris representando la tristeza

Avergonzado. Se tapaba la cabeza con la camiseta. Ese día hacía calor en Lulea, pero eso no calentaba su alma helada, no templaba su fría vergüenza.

Derrotado. Miraba al suelo, las líneas se desdibujaban, borrosas, sucias. Aun estaba borracho.

Pensaba. Trataba de recordar qué había ocurrido. Había quedado con unos colegas. Había salido a pasárselo bien. Era incapaz de recordar en qué momento el alcohol había ganado la batalla de nuevo, un día más... Lloraba por dentro.


En la estación de autobuses el reflejo en el cristal le devolvía su propia imagen. Su cuidado cabello nórdico era ahora jirones de pelo, calvas salpicadas de mechones desdibujados y alguna herida.

Casi sin mirarla le pidió un cigarrillo. La chica no hablaba su idioma, pero entendió el gesto, no fumaba y casi no se atrevió a devolverle la mirada sintiendo su vergüenza. Su avión salía en unas horas, ella también se sentía cansada, la vuelta, el final del viaje, la falta de sueño y las largas jornadas de los últimos días comenzaban a pasar factura. Le siguió con la vista y sintió una pena inmensa.

Finalmente no encontró más excusa para esconderse, llegó a casa, dio un portazo y se encerró en el baño, no quiso dar explicaciones, se miró al espejo de nuevo, cogió la maquinilla de afeitar y al tiempo que rozaba su piel comenzó a llorar.