
Carreterilla al Infierno de Hornillos de Cameros
Joven de colirrojo tizón
Entre la tertulia, el desayuno, la mascota…comencé a
pedalear sobre las 10, feliz en mi bajada, ya a esas horas un tramo de asfalto
aparecía derretido y en zona de dinosaurios, las únicas huellas que apreciaba
eran las de unas vacas aun en paso. Me dirigía hacia Hornillos de Cameros,
¡cómo olvidar el nombre de ese pueblo!, ¿qué temperaturas podría esperar de un
pueblo que se llama Hornillos? El paisaje era desolador, un desierto en estado
puro, sin una brizna de aire, rodaba por una carretera totalmente desierta, me
aproximaba a una bifurcación, una que parecía que conducía al infierno subía a
la izquierda, la otra se mantenía llana acompañando a un valle sin río, bajo el
sofocante calor yo deseaba que mi opción no fuera la zigzageante carreterita de
la izquierda, pero lo era, la vida a veces elige por nosotros y en esta ocasión
eligió la opción que menos me apetecía.
El ascenso era más fácil de lo que parecía, pero el calor
era horroroso, según me aproximaba al infierno comenzaba a imaginar un bar y un
acuarius, lo deseaba tanto que de pensarlo mi boca comenzaba a salivar, eso me
daba ánimos. En el camino sólo me cruzaba un dinosaurio espantoso de plástico
que luego descubriría se había llevado parte del presupuesto destinado a
investigación.
La carreterita moría en Hornillos, de ahí tenía que
atravesar una pista que me llevaría al otro valle. Hornillos es un pueblo muy
chiquitito, apenas 10-12 vecinos pasan la vida de tertulia en la calle, di una
vuelta por el pueblo buscando el bar, di otra vuelta más por si no lo hubiera
visto…los vecinos me miraban, Hornillos no tenía bar, no hubo Aquarius en
Hornillos, y el siguiente pueblo estaba muy lejos, mi boca se tragaba su saliva
mientras yo pedía agua para continuar en una casa.
Buitre leonado
Eran las 12 del medio día, una hora fantástica para coger la
pista de ascenso, los vecinos me explicaron que la pista no tenía pérdida que
eran 5 kms…que luego se convirtieron en unos cuantos más…., y que cuando
llegara arriba solo tendría que coger la pista de bajada…Como pasa a veces, a
los vecinos se les olvidó contarme que en lo alto había una estación
eólica y que con los molinos habían llegado un galimatías de pistas en los que
difícilmente iba a encontrar la de bajada a la primera.
Vista de Hornillos de Cameros
La subida fue sofocante, y en lo alto descubrí las mejores
vistas de todo el viaje, desde allí arriba se veían toda la provincia, los
Pirineos, el Moncayo, era espectacular, una panorámica maravillosa. Tuve suerte
que había gente en la caseta de vigilancia, un chico tremendamente agradable me
indicó la pista correcta, me ofreció agua fresca, y me dio una conversación
animada, sobre ecología, aves, molinos, incendios y vistas…
Vista con el Moncayo al fondo
Ya en la pista correcta yo seguía soñando con el siguiente
pueblo, con el siguiente bar, con mi Aquarius. El calor era tan sofocante que
había decidido hacer un parón para dejar pasar las horas centrales del día,
cogería mi libro y dejaría pasar las horas hasta que el sol bajase y me dejase
tranquila.
Puente cerrado sobre río seco
Llegué a un pueblo, y no tenía bar, llegué a otro y el bar
estaba cerrado…y así hasta que por fin llegué a Arnedillo, un pueblo
agradable con piscina y aguas termales…allí dejé pasar la vida…para salir ya
con la luna hacia la Vía Verde del Cidacos. Fue agradable, en el pueblo
conocí a unos cicloturistas de Valladolid que me dieron conversación,
siempre es bonito comentar las incidencias del camino, las aventuras…
En la VV del Cidacos me pilló la noche, fueron momentos mágicos pedaleando con la luz de las estrellas, con el fresco de la noche, una maravilla, La Rioja tiene de los mejores cielos de España, la vía Láctea mostraba todo su esplendor y yo pedaleaba mirando hacia el cielo que me parecía más grande que nunca.
VV del Cidacos
Quel
Quel
Acampé al borde del camino, junto a un par de casas abandonadas, que a la luz de la noche parecían narrar historias de miedo.
Estaba casi al final del viaje, atrás habían quedado las
noches frías de las montañas altas, la temperatura era de 17ºC y con la
temperatura habían llegado los mosquitos que me cenaban mientras yo cenaba. El
cielo estaba precioso y me apetecía dormir al raso, pero no iba a quedar nada
de mí de sangre, decidí montar la tienda, peroooooooo……el suelo estaba tan duro
que las piquetas no clavaban, lo intenté con una piedra, pero sólo las doblaba,
¡necesitaba un taladro para meter las piquetas!, maldije las tiendas no
portables y me acosté al raso…Pasé la noche alimentando mosquitos y deseando
que amaneciera, a veces el cansancio me vencía, pero en cuanto pillaba el sueño
un mosquito me susurraba “más sangre” al oído y entonces yo le daba el brazo
para que callara…
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