10 de abril de 2014

DÍA 6. Laguna de los Cameros-VV del Cidacos (75.80 km)

A partir del sexto día el calor comenzó a ser realmente sofocante, y la falta de agua un motivo de inquietud que me llevó a cargar en ocasiones más de 5 litros (que para mí que habitualmente bebo menos de un litro es una auténtica exageración). Me dirigía a La Rioja más seca y se había declarado una ola de calor que aconsejaba no salir de las casas a las horas centrales del día…y ahí me veía yo pedaleando achicharrada pero feliz, viniendo de una Asturias fresca que rara vez supera los 25 ºC, una disfruta la sensación de calor, de aire recalentado de extractor, de gotas saladas refrescando el rostro…y del placer de bañarse en fuentes, en ríos, de mojarse de arriba abajo para secarse en unos instantes sin riesgo a quedarse helada. Disfruté el calor, claro que lo disfruté.



Carreterilla al Infierno de Hornillos de Cameros


Joven de colirrojo tizón


Entre la tertulia, el desayuno, la mascota…comencé a pedalear sobre las 10, feliz en mi bajada, ya a esas horas un tramo de asfalto aparecía derretido y en zona de dinosaurios, las únicas huellas que apreciaba eran las de unas vacas aun en paso. Me dirigía hacia Hornillos de Cameros, ¡cómo olvidar el nombre de ese pueblo!, ¿qué temperaturas podría esperar de un pueblo que se llama Hornillos? El paisaje era desolador, un desierto en estado puro, sin una brizna de aire, rodaba por una carretera totalmente desierta, me aproximaba a una bifurcación, una que parecía que conducía al infierno subía a la izquierda, la otra se mantenía llana acompañando a un valle sin río, bajo el sofocante calor yo deseaba que mi opción no fuera la zigzageante carreterita de la izquierda, pero lo era, la vida a veces elige por nosotros y en esta ocasión eligió la opción que menos me apetecía.

El ascenso era más fácil de lo que parecía, pero el calor era horroroso, según me aproximaba al infierno comenzaba a imaginar un bar y un acuarius, lo deseaba tanto que de pensarlo mi boca comenzaba a salivar, eso me daba ánimos. En el camino sólo me cruzaba un dinosaurio espantoso de plástico que luego descubriría se había llevado parte del presupuesto destinado a investigación.


La carreterita moría en Hornillos, de ahí tenía que atravesar una pista que me llevaría al otro valle. Hornillos es un pueblo muy chiquitito, apenas 10-12 vecinos pasan la vida de tertulia en la calle, di una vuelta por el pueblo buscando el bar, di otra vuelta más por si no lo hubiera visto…los vecinos me miraban, Hornillos no tenía bar, no hubo Aquarius en Hornillos, y el siguiente pueblo estaba muy lejos, mi boca se tragaba su saliva mientras yo pedía agua para continuar en una casa.

Buitre leonado

Eran las 12 del medio día, una hora fantástica para coger la pista de ascenso, los vecinos me explicaron que la pista no tenía pérdida que eran 5 kms…que luego se convirtieron en unos cuantos más…., y que cuando llegara arriba solo tendría que coger la pista de bajada…Como pasa a veces, a los vecinos se les olvidó contarme  que en lo alto había una estación eólica y que con los molinos habían llegado un galimatías de pistas en los que difícilmente iba a encontrar la de bajada a la primera.

Vista de Hornillos de Cameros


La subida fue sofocante, y en lo alto descubrí las mejores vistas de todo el viaje, desde allí arriba se veían toda la provincia, los Pirineos, el Moncayo, era espectacular, una panorámica maravillosa. Tuve suerte que había gente en la caseta de vigilancia, un chico tremendamente agradable me indicó la pista correcta, me ofreció agua fresca, y me dio una conversación animada, sobre ecología, aves, molinos, incendios y vistas…

Vista con el Moncayo al fondo



Ya en la pista correcta yo seguía soñando con el siguiente pueblo, con el siguiente bar, con mi Aquarius. El calor era tan sofocante que había decidido hacer un parón para dejar pasar las horas centrales del día, cogería mi libro y dejaría pasar las horas hasta que el sol bajase y me dejase tranquila.


Puente cerrado sobre río seco


Llegué a un pueblo, y no tenía bar, llegué a otro y el bar estaba cerrado…y así hasta que por fin llegué a Arnedillo, un pueblo agradable con piscina y aguas termales…allí dejé pasar la vida…para salir ya con la luna hacia la Vía Verde del Cidacos. Fue agradable, en el pueblo conocí a unos cicloturistas de Valladolid que me dieron  conversación, siempre es bonito comentar las incidencias del camino, las aventuras…

En la VV del Cidacos me pilló la noche, fueron momentos mágicos pedaleando con la luz de las estrellas, con el fresco de la noche, una maravilla, La Rioja tiene de los mejores cielos de España, la vía Láctea mostraba todo su esplendor y yo pedaleaba mirando hacia el cielo que me parecía más grande que nunca.


VV del Cidacos

Quel

Quel

Acampé al borde del camino, junto a un par de casas abandonadas, que a la luz de la noche parecían narrar historias de miedo.



Estaba casi al final del viaje, atrás habían quedado las noches frías de las montañas altas, la temperatura era de 17ºC y con la temperatura habían llegado los mosquitos que me cenaban mientras yo cenaba. El cielo estaba precioso y me apetecía dormir al raso, pero no iba a quedar nada de mí de sangre, decidí montar la tienda, peroooooooo……el suelo estaba tan duro que las piquetas no clavaban, lo intenté con una piedra, pero sólo las doblaba, ¡necesitaba un taladro para meter las piquetas!, maldije las tiendas no portables y me acosté al raso…Pasé la noche alimentando mosquitos y deseando que amaneciera, a veces el cansancio me vencía, pero en cuanto pillaba el sueño un mosquito me susurraba “más sangre” al oído y entonces yo le daba el brazo para que callara…

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