Amaneció lloviendo. Paraba, llovía, paraba, casi al tiempo
que decidíamos salir, no salir. Definitivamente la palabra “bici” estaba
embrujada, y en el embrujo provocaba la lluvia.
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Puente romano de Cangas |
El día estaba indeciso. Llegados a Cangas de Onís no llovía
así que disfrutamos subiendo el Puente Romano que, con su mucho por cierto de
desnivel, Tulipana confundía con una pista circense y decidía hacer el pino
entre el empedrado. A veces es su modo de reaccionar cuando tiene que subir
rampones simplemente porque a mi me apetece, ella no siempre tiene ganas y le
da por hacer el tonto, claro, yo la entiendo, le chirrían los piñones a la
pobre, con tanta lluvia…
A pocos kilómetros de Cangas comenzaba la subida al Puerto
el Pontón, una subida tan tendida y larga como espectacular, nuestra izquierda
quedaba el Cornión (Macizo Occidental de Picos). El sol parecía que
quería acompañarnos y según nos adentrábamos hacia el puerto, el Sella se
iba poniendo cada vez más bonito, el bosque de ribera acompañaba al río y
abierta la veda del salmón los pescadores probaban suerte.
La pesca del salmón es muy curiosa. Para ver salmones
necesitas unas “gafas de ver salmones”, es algo así como las gafas 3D, pero
para salmones, si no te las pones no ves nada, y si te las pones igual tampoco
ves, pero al menos llevas unas gafas molonas. Yo lo intenté. Un pescador me
dejó sus “gafas de ver salmones”, entonces yo me sentí muy importante,
¡nunca me habían dejado unas “gafas de ver salmones”!. Pero por más que me
asomaba y miraba no veía los salmones, no sé, igual es que hay que hacer un
conjuro o algo para activar los superpoderes de las gafas, creo que el pescador
no me lo contó todo.
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Así lo veía yo con mis gafas de pescar salmones |
En nuestra subida dejamos atrás Asturias. Ya en León, el
paisaje nos ofrecía ahora la primavera en todo su esplendor. A unos 5
kilómetros de coronar el puerto conquistamos nuestro pequeño paraíso, hogar por
un día, el río estaba cerca y nos permitimos una ducha helada.
La zona estaba rebosante de vida, junto a nosotros, en la
finca vecina, un grupo de vacas pacía tranquilamente, los espinos blancos
estaban más blancos que nunca, los escarabajos buscaban descendencia y el“prao”
era de un sinfín de colores.
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