Hace ya varios transbordos que un amigo me regaló este
artículo, supongo que pasaba yo por uno de esos cambios de estación que le
dejan a una marcada el espíritu y el artículo penetró en mi memoria para poder rescatarlo
cuando volviera a ser oportuno.
Hace unas semanas llegó ese momento, lo busqué para
compartirlo con mis amigos, pero sobre todo para volver a compartirlo conmigo
misma en un momento en el que me pregunto si estaré llegando ya a una nueva
estación de transbordo.
ESTACIÓN DE TRANSBORDO
"Los cambios que suceden en los momentos clave de la vida
tienen un precio. Y no es otro que el transbordo hacia nuevos destinos por los
que transcurre nuestra existencia. Aquello que nos parecía fundamental a los 18
resulta impensable a los 25, y así sucesivamente. Es el incesante viaje hacia
la última estación"
Con independencia de su edad y momento vital, la mayoría de
las personas son capaces de expresar cómo les gustaría que fuese su vida: su
trabajo, su pareja, su familia, su entorno, su dinámica diaria….
Cada cierto tiempo creemos
saber qué es lo que queremos. Hacemos planes y nos formamos una idea de cómo
será nuestro futuro. Podrá pasar un tiempo antes de que nos decidamos a dar los
pasos necesarios y de que logremos forzar cambios en algunas facetas de nuestra
vida, pero tarde o temprano esos cambios van llegando.
Antes de que se produzcan esos
cambios, una curiosa creencia arraiga en nosotros: si logramos ese anhelado
cambio, si llegamos a la situación personal deseada, pensamos que ya no harán
falta ulteriores cambios. Tendremos aquello que deseábamos y lucharemos por
mantener lo logrado.
Imaginemos que, en un asunto
determinado, hemos conseguido lo que deseábamos: ese puesto de trabajo, esa
pareja estable, el modo de vida familiar esperado… ¿Va a permanecer todo así?
No. Al cabo de unos años, de pronto, comenzaremos a poner en duda alguna faceta
de la vida que antes era incuestionable. ¿Quiero realmente este trabajo? ¿Es en
esta ciudad donde quiero vivir? ¿Estoy realmente a gusto con la gente que me
rodea? ¿Puedo tener una vida familiar más rica? Tan pronto como alguna de estas
preguntas acuda a la cabeza, empezaremos a verle rápidamente defectos a ese
presente que, tiempo atrás, tan perfecto era. Y, sin darnos cuenta, estaremos
imaginando otra vida y sondeando otras posibilidades que nos permitan
cambiarla. Estaremos ya en pos de un futuro que creeremos (erróneamente) que
esta vez sí que va a ser definitivo.
¿Por qué aquello que nos
parecía ideal lo tiñe el tiempo de insuficiente? Un conjunto de factores
explica este comportamiento de cambio e insatisfacción permanente. Por un lado,
la tendencia del hombre a no contentarse con las cosas, a buscar siempre lo
mejor. A veces puede tratarse de un simple aburrimiento, de la necesidad de
nuevos estímulos. También, de las desenfocadas expectativas. Esto es muy
habitual cuando una persona alcanza el éxito laboral. Cuando lo logra, se da
cuenta de que su vida personal está por los suelos y prefiere perder proyección
profesional y ganar en tiempo para los demás o para sí. Pero detrás de estos
motivos hay uno más profundo y universal: a medida que pasan los años, las
prioridades de una persona se van modificando. Lo que a los 18 años era
fundamental, a los 25 se torna secundario, y lo que a los 25 es incuestionable,
a los 32 no tiene sentido… y así sucesivamente.
¿A qué edad se detiene esta
rueda? ¿Cuándo, por fin, nos parece que ya todo está bien, o, por lo menos, ya
no lo cuestionamos? Evidentemente, siempre hay excepciones. Pero, en general,
la respuesta es nunca. Este desvestir un santo para vestir otro y desvestirlo
al cabo de unos años se produce, de forma aproximada, cada siete años sin
excepción de edad. Cada siete años, algún nuevo objetivo. Y durante siete años,
a luchar para introducir los elementos necesarios que transformen parte de
nuestra vida.
Eso significa que, desde los
18 años, aproximadamente, hasta los 76, para los hombres, y los 83, para las
mujeres (cifras de la esperanza de vida en España), nos enfrentamos a unas ocho
o nueve decisiones clave -la mayoría, profesionales, geográficas, sentimentales
o relacionales-. Decisiones que son fundamentales. Podemos establecer una
analogía e imaginar que vamos en un tren. Circulamos por una vía en dirección a
una estación determinada, pensando que estamos en la línea correcta. Pero no,
en realidad vamos siempre, incluso cuando hemos llegado a los setenta, hacia
una estación de transbordo. El magnífico Paul Auster describe de manera
magistral en su novela Brooklyn Follies este hecho. Un hombre, ya jubilado y
separado de su familia, regresa a su barrio natal, Brooklyn, sin más intención
que dejar pasar el tiempo y esperar allí la muerte. Pero poco a poco irá
provocando que las personas que conoce y algunos familiares lejanos le
necesiten, hasta tal punto que se tornará en imprescindible para ellos. Cuando
su vida estaba ya finiquitada, el protagonista es capaz de configurar una
nueva, demostrando que nunca es tarde. El libro finaliza el penoso 11 de
septiembre de 2001 a las ocho de la mañana, con el protagonista paseando por
Nueva York, pensando que, por fin, su vida es estable y plena, y que nada va a
cambiar….
Somos, como dice un buen amigo
mío, pasajeros en tránsito. Vamos de estación en estación para hacer transbordo
y tomar otro tren que, en realidad, nos llevará hasta otro andén donde, de
nuevo, haremos transbordo y cambiaremos de dirección.
Es, por tanto, fundamental
concederse el permiso de bajar del tren cada, más o menos, siete años. No se
trata de que cometiésemos un error, sino de que las circunstancias han cambiado
y que el destino hacia donde nos dirigíamos ya no está de moda en el insondable
país de nuestros deseos.
Nunca hay que pensar que nos
hemos equivocado porque, de regresar siete años atrás, en las circunstancias
que nos rodeaban, con toda probabilidad habríamos decidido lo mismo y nos
hallaríamos en el mismo tren del cual nos disponemos a apearnos. Esa actitud
flagelante de "como decidí esto, ahora apechugo con mi decisión"
responde en realidad a un complejo de culpabilidad infundado, así como a un
excesivo sentido de la responsabilidad. Irresponsable no es aquel que cambia de
opinión, sino aquel que cambia de opinión sin responsabilizarse de las
consecuencias. Los cambios tienen un precio, es el precio del transbordo. Es
más irresponsable quedarse en el mismo tren que no cambiar pagando el precio.
Porque el precio del transbordo no es un castigo, sino el único modo de llegar
a la estación final disfrutando de la vida.
Los ancianos dicen que cuando
uno llega al final de sus días y mira hacia atrás, se da cuenta de algo que no
debemos olvidar: reconoce que su vida ha estado llena de cambios, a veces
bruscos; de errores en los que era imposible no incurrir… Pero están seguros de
otra cosa. De que, a pesar de haber dado tantas vueltas, no había un camino más
directo para llegar al punto al que llegaron. En efecto, la combinación de transbordos
que realizaron era la única para llegar a ese punto de destino final, a la
última estación. Ya me entienden.
No hay comentarios:
Publicar un comentario