13 de enero de 2011

Ciudades

Paradójicamente hoy, en el camino hacia el cambio, busco el bullicio, los colores y las oportunidades de la ciudad. Al ser humano le gusta el cambio, no hay duda, lo que hoy satisface sus necesidades mañana no colma sus inquietudes y así va buscando su camino y haciéndose a si mismo…de eso podría hablar mucho…


De momento dejo aquí este relato, escrito en mi camino de regreso tras varios meses de rutas, fotos y sensaciones en la Patagonia argentina.

CIUDADES

Hacía mucho tiempo que no pisaba una de ellas, tanto que casi me había olvidado de cómo eran.

Me siento extraña, ajena, ausente, perdida en un mundo que no me es propio. Hacía tiempo que no me sentía así, preguntándome qué hago aquí, por qué he venido.

Desubicada, aturdida por los ruidos, por las luces en la noche, por el movimiento de gente, autos, micros…Aturdida porque no comprendo lo que veo y no entiendo que no comprenda.

Los últimos 3 días en Buenos Aires me he sentido aislada, anónima, como si no perteneciera al lugar, desintegrada, ausente, rebelde porque me niego a asumir lo que veo, espectadora de una sociedad dividida.


Hoy he decidido darle la oportunidad de agradarme, dejar que me explique en su lenguaje de colores, sonidos y formas que es más habitable de lo que parece. Hoy he decidido darme una oportunidad a mí misma, integrarme con la multitud, ser parte de la ciudad, sentirme dentro…

Me he sentado en el Café Tortoni, uno de los más selectos de la ciudad, me he sentado en una de sus múltiples mesas de cuarzo, en una bien céntrica, desde donde puedo ver sin mirar.


Mientras tomo mi café sintiéndome espectadora de la sociedad observo a la gente, estudio sus movimientos, escucho pinceladas de conversaciones… mientras unas mujeres hablan del nuevo papa recién nombrado, los hombres de enfrente hablan del futbol, ¿qué hará el River en el próximo partido?, más alejados otros hablan de negocios y otros comparten opiniones sobre una obra de teatro…nadie habla de lo que ocurre en la ciudad cuando el sol cierra sus brazos…


Es un buen Café, pero no he conseguido sentirme parte de él, no puedo evitar pensar en lo que viene cuando cae la noche, cuando los lujosos cafés y los teatros cierran sus puertas y salen los anónimos que, víctimas de una sociedad que no los mira, han perdido casi hasta el nombre y son sólo cifras a fin de año que hablan de pobreza y poder adquisitivo.

No puedo dejar de pensar en cómo se esquivan los dos mundos, me gustaría hablar con cada uno de ellos, saber cuáles fueron sus circunstancias, saber que los llevó allí, saber cómo llegaron, saber por qué no se miran. Tal vez cuando hable con los dos mundos, cuando consiga entenderlos a los dos, entonces, sólo entonces, lograré ser parte de la ciudad.



Buenos Aires, 1 de junio de 2005