17 de mayo de 2014

2. Soto de Cangas-Puerto el Pontón (47,22 kms)

Amaneció lloviendo. Paraba, llovía, paraba, casi al tiempo que decidíamos salir, no salir. Definitivamente la palabra “bici” estaba embrujada, y en el embrujo provocaba la lluvia.

Puente romano de Cangas
 El día estaba indeciso. Llegados a Cangas de Onís no llovía así que disfrutamos subiendo el Puente Romano que, con su mucho por cierto de desnivel, Tulipana confundía con una pista circense y decidía hacer el pino entre el empedrado. A veces es su modo de reaccionar cuando tiene que subir rampones simplemente porque a mi me apetece, ella no siempre tiene ganas y le da por hacer el tonto, claro, yo la entiendo, le chirrían los piñones a la pobre, con tanta lluvia…




A pocos kilómetros de Cangas comenzaba la subida al Puerto el Pontón, una subida tan tendida y larga como espectacular, nuestra izquierda quedaba el Cornión (Macizo Occidental de Picos). El sol parecía que quería acompañarnos y según nos adentrábamos hacia el puerto, el Sella se iba poniendo cada vez más bonito, el bosque de ribera acompañaba al río y abierta la veda del salmón los pescadores probaban suerte.








La pesca del salmón es muy curiosa. Para ver salmones necesitas unas “gafas de ver salmones”, es algo así como las gafas 3D, pero para salmones, si no te las pones no ves nada, y si te las pones igual tampoco ves, pero al menos llevas unas gafas molonas. Yo lo intenté. Un pescador me dejó sus “gafas de ver salmones”, entonces yo me sentí muy importante, ¡nunca me habían dejado unas “gafas de ver salmones”!. Pero por más que me asomaba y miraba no veía los salmones, no sé, igual es que hay que hacer un conjuro o algo para activar los superpoderes de las gafas, creo que el pescador no me lo contó todo.


Así lo veía yo con mis gafas de pescar salmones
En nuestra subida dejamos atrás Asturias. Ya en León, el paisaje nos ofrecía ahora la primavera en todo su esplendor. A unos 5 kilómetros de coronar el puerto conquistamos nuestro pequeño paraíso, hogar por un día, el río estaba cerca y nos permitimos una ducha helada.


La zona estaba rebosante de vida, junto a nosotros, en la finca vecina, un grupo de vacas pacía tranquilamente, los espinos blancos estaban más blancos que nunca, los escarabajos buscaban descendencia y el“prao” era de un sinfín de colores.





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