El día amaneció nublado y mucho más fresco que los
anteriores. El calor había sido tan sofocante los últimos días, que incluso me
planteé volver a Casalarreina en tren o bus, pero, las combinaciones eran tan
imposibles que decidí pedalear hasta allí y al final la última etapa, obligada
por el destino, fue un regalo.
El frescor me animaba a disfrutar del pedaleo. Había pensado
en seguir el camino del Ebro hasta Haro, era una buena opción para evitar
carreteras que en esa zona dejaban ya de estar desiertas.
Camino del Ebro
Tenía referencias variadas de la zona, desde quien lo
odiaba, hasta quien lo amaba, a mi me gustó, el primer tramo era horroroso,
pero tras 20 kilómetros más o menos, empecé a rodar entre viñedos, el río nos
regalaba imágenes preciosas, el paso a Álava me ilusionaba y disfrutaba de
pueblitos amarillos. Rodaba a buen ritmo y me permitía una parada larga en San
Vicente de la Sonsierra, el pueblo era precioso, el castillo encaramado en lo
alto regalaba vistas de la provincia y casi me despedía de La Rioja.
El camino hasta Haro lo hacía acompañada por Juan,
un ciclista que pasaba por allí y al que gustaba la conversación, era la
primera vez que rodaba acompañada en el viaje y agradecía la charla.
Estaba llegando a Casalarreina, mi viaje se terminaba y
con él toda una colección de recuerdos y emociones, había llegado a La Rioja
sin tener muy claro que buscaba y había encontrado paisajes cambiantes, gentes
amables, carreteras desiertas, tranquilidad, belleza, noches inolvidables de
cielos inimaginables, calor, frío y sensaciones que el tiempo no permitirá
borrar.
Rioja es sobretodo contraste, un sinfín de paisajes que
engancha a quien no le gusta la rutina y gente sencilla que ama lo suyo y
valora al visitante.
En Casalarreina alguien se alegraba de mi regreso y me
recibía con los brazos abiertos, llevaban 8 días esperándome, incluso habían
tratado de localizarme, habían averiguado de donde era y sabían que ya no vivía
allí, me buscaban, o más bien buscaban las llaves de mi coche para poder
reparar su balcón, de todo el pueblo había elegido dejar al Ciruelo bajo la
sombra del balcón que iban a reparar, extraña casualidad, que nos regala
momentos entrañables.
Así me despedí de Casalarreina y de la Rioja, con el
recuerdo imborrable de la emoción de ser recibida con esa alegría en villa
ajena.
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